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Hemingway |
En una entrevista, Juan Carlos Onetti afirmaba que la relación que Mario Vargas Llosa tenía con la Literatura era conyugal, en cambio, para Onetti la Literatura era más bien su amante. Y es que para Onetti la disciplina y la constancia al escribir no eran más que palabras vacías, pues él escribía cuando se le daba la gana, por ello, decía, avanzaba muy lento.
¿Qué papel juega la disciplina en la escritura? ¿Acaso la Literatura ha de ser una actividad rutinaria? Sentarse a escribir todos los días a cierta hora como Hemingway, y tantos otros escritores que atribuían su éxito a esa costumbre, a ese hábito construido sobre la fuerza de un deseo, de un anhelo o de una necesidad inexorable. ¿Para qué escribir? ¿Acaso escribir convertirá al mundo en un mejor lugar? ¿La Literatura tiene algún fin útil a la sociedad? ¿Es siquiera factible plantearse estas preguntas?
En la película Total Eclipse que retrata la vida de Arthur Rimbaud, en una de las escenas finales, el poeta le dice a Paul Verlaine, que su talento le pertenece a él mismo, y que puede hacer con él lo que mejor le parece (aun cuando ello implique no usarlo, desecharlo, maldecirlo). ¿Echó a perder el poeta vidente Rimbaud su don al abandonar la Literatura a los diecinueve años? ¿Tiene alguna relevancia el hecho de que Rimbaud abandonara las Letras aun cuando ya había escrito una obra revolucionaria? ¿Había alcanzado Rimbaud la cúspide de sus habilidades, de su genio? ¿Escribía Rimbaud animado por la fuerza de la disciplina?
«¿Qué es la vida sino una serie de sucesos animados por la costumbre y una fe acérrima en un ser invisible?», me pregunto con cierta frecuencia. ¿Importa acaso escribir una obra, esperando fervientemente que ésta sea leída y comprendida? Y si no es el caso, ¿habremos de refugiarnos en las cosas simples de la vida?
Para Virginia Woolf, no importa realmente si lo que se escribe es leído, importa la escritura en sí. ¿Esperaremos que la soledad infinita a la que uno se somete, un poco por voluntad propia, para escribir, sea suficiente? ¿Contribuye la soledad a la edificación de una disciplina?
Kenneth Koch es uno de los pocos poetas que escriben desde la alegría, desde la felicidad. Quien tiene alguna cultura literaria, sabe que la mayoría de las grandes obras literarias universales, en poesía o prosa, están escritas desde los abismos de la locura, la muerte, el desasosiego. Es lo que cala más el alma. ¡Qué difícil me resulta escribir sobre la felicidad! ¿Es Kenneth Koch un visionario, o simplemente un trago de agua fresca entre tanto sufrimiento? ¿Tiene la felicidad mayor grado de disciplina que la tristeza?
La disciplina puede ser la mejor de las aliadas, pero también el mayor de los agentes destructores del entusiasmo, de la espontaneidad, de la frescura, de la felicidad. Nos hemos planteado diversas preguntas que merecen respuesta, pero éstas quedarán selladas en el aire para que cada quien escriba su propia versión de la Historia, pues sabemos que es mejor ser un actor activo que un mero espectador de los hechos. O quizás todo lo contrario.
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agosto 25, 2017
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