Entonces, ella cayó en un sueño tan profundo y arrasador, que olvidó despertar.
Soñó que
conducía una vieja camioneta celeste, y que se dirigía hacia el fin del mundo,
completamente sola, completamente convencida de que ahí se hallaba la paz
eterna que había anhelado encontrar desde la génesis de su existencia.
Olvidó
despertar, y todo su mundo cambió drásticamente. Papá y mamá pensaron que había
muerto, sus hermanas pensaban que se había suicidado, y bueno, como no tenía
amigos, nadie más se entrometió.
Su cuerpo
permanecía inmóvil, su pulso casi había desaparecido, sus mejillas estaban más
rosadas que nunca, y su semblante irradiaba una felicidad nunca antes vista en
la historia de la humanidad.
El sueño
proseguía con avidez, la camioneta seguía su curso por una autopista iluminada
con luces rojas y naranjas, y parecía que nunca llegaría a su destino. Ese era
el propósito: el viaje eterno hacia los confines de su consciencia, el viaje
sin final con el que había soñado toda la vida.
Pasaron las
horas, los días, las semanas, los meses, los años. Nunca volvió a despertar.
Todas esas
noches en vela de antaño, todas esas veces en que el sueño le fue arrebatado,
quedaron compensadas en exceso, y ya nadie quería saber qué le había pasado.
Solo la
dejaron dormir en su vieja habitación, cubierta con unas sábanas ligeras, y con
la incertidumbre de si alguna vez su cuerpo comenzaría a descomponerse.
Pero su
organismo permaneció intacto, cada vez más rozagante, cada vez más joven.
Continuó
soñando con su gran viaje, hasta que pasaron centurias, hasta que el
calentamiento global y la pandemia acabaron completamente con la faz de la
tierra, y ya no quedaba un solo ser viviente.
Cuando su
vieja casa abandonada estaba a punto de derrumbarse, vino un arcángel de las
alturas, y se la llevó en brazos a otros reinos superiores, donde solo tenía
cabida la perfección.
El sueño y
la vigilia se fusionaron, las células de su cuerpo se transmutaron en espíritu
puro.
Algún día
tenía que llegar a su destino, algún día tenía que culminar ese viaje
interminable.
Ese día, no
necesitó abrir los ojos. El sol esplendente sorprendió su mente, el océano
multicolor humedeció sus pies blancos. Y quedó extática, fundida con el
horizonte de ángeles, arcángeles y seres luminosos.
El Ser
Magnífico Inefable le habló:
–Todo debía
ocurrir de esta manera, para que descubras el gran secreto de la existencia que
ahora mismo ha sido develado.
Ella sonrió
con una de esas sonrisas que aparecen una vez cada milenio, y ya no necesitó
hablar.
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