Dedico estas líneas a todas las personas que están librando batallas, tanto en el interior como en el exterior. Lanzo una oración por todo el sufrimiento que se cierne sobre la humanidad, como si estuviéramos en los últimos días.
Anhelo
subirme a un auto con mis padres y dirigirnos hacia el fin del mundo, como en
las visiones de mis sueños más antiguos.
Quiero asir
la esperanza y jamás soltarla, aferrarme a ella, y morir esperando lo mejor,
convencida de que aún queda bondad en el corazón humano.
He vivido
plenamente, he gozado la alegría extática, y he amado con todos mis pájaros
azules.
Solo eso
recordaré, solo eso atesoraré.
Las
personas cambian, los sueños mutan, los adioses prevalecen. Lo único que no
cambiará jamás, es mi deseo de alcanzar la paz eterna.
Agradezco a
la vida y al universo la oportunidad de haber escrito libros asombrosos, uno de
ellos aún inacabado, pero que espera ver la luz en el futuro.
Agradezco a
mis padres la oportunidad de haber venido al mundo con un propósito más grande
que mi entendimiento.
Quiero
entonar en voz alta un himno tan poderoso y mayestático, que sea capaz de curar
el alma y el cuerpo de todas las personas que merecen ser felices.
Quiero
gritar, reír, jugar, aprovechar al máximo estas horas, porque no sé hasta
cuándo podré hacerlo.
He vencido
a la locura y a la muerte, he surgido del polvo y las cenizas, y hoy puedo
recordar quién era: una estrella de potente sonrisa, cuyo fulgor no pudo ser
quebrantado, cuya magia se impone en la oscuridad.
Lo más
grandioso de existir, es dominarse a una misma. Cada lágrima, cada emoción,
cada sentimiento, tiene una raíz y un porqué. Nunca fui buena para controlar
mis emociones, pero he mejorado, aunque sea un poco.
Y no podría
culminar estas palabras sin nombrarte a ti, Luz que gobiernas el paraíso; sé
que nunca me abandonaste, aunque a veces parecía que lo hicieras. Me he ido y
he vuelto a ti incontables veces, y ahora me doy cuenta de tu amor y paciencia:
son inimaginables, inconmensurables.
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