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traszbart tenía que cruzar la Cueva del Olvido y
surfear la ola más alta del universo. No logró salir con vida, al menos no
siendo el mismo. Se transformó en la cueva de tal manera que su rostro quedó
estampado en la roca, y sus ojos de tiempo quedaron abiertos indefinidamente;
sus manos eternas siempre miraban hacia arriba, como queriendo escapar, o tal
vez, queriendo alcanzar algo, algo que sobrepasa la distancia, cuya lejanía no
puedo describir.
Las aguas verdes y cristalinas se
paseaban a través de la boca de Straszbart para desembocar en la ciudad y
limpiar los ductos. Había aguas cuya rebelión las conducía al bosque, donde no
hay ley que ordene los cimientos, y los árboles hablan en silencio palabras que
solo entienden las estrellas.
–¿De qué sirven tantas
conversaciones? Ellas no pueden escucharnos –dijo Haelm, un sauce plateado cuyo
tronco estaba marcado por unas iniciales desconocidas.
Valdevayán, sabio roble entrado en
años, señaló una estrella fugaz que acababa de surcar los cielos.
Las aguas rebeldes los inundaban y
gritaban a voz de cuello que la Cueva del Olvido había tomado otro cuerpo.
–No me sorprende, han pasado cien años
desde la última vez –dijo Tiberyasse, el pino.
Las aguas los regaron a su gusto y
partieron hacia la laguna, donde seguramente ya se había reflejado la luna
llena.
El alma de Straszbart no se disolvió,
sino que voló hacia donde el lenguaje de las estrellas puede ser escuchado: el
planeta Tierra.
En la Tierra, la vida transcurría muy
diferente, ya que había enormes cuencos donde las aguas del mar permanecían y no
podían visitar la ciudad o el bosque a voluntad. Había normas, leyes
artificiales y naturales, y los humanos tenían que trabajar día y noche para
ganarse el pan.
Los seres humanos tenían, sin embargo,
algo que ninguna otra especie del universo poseía, que era lo inexplicable.
Cuando alguien sanaba sin medicinas,
era considerado un milagro.
O cuando alguien lograba salvarse de
una catástrofe.
Y los sueños llegaban a donde
pernoctaban las estrellas, a millones de años luz, y se hacían realidad.
Ni siquiera la muerte podía saberse
invencible.
Era un mundo tan enigmático, tan
mágico, pero terrible.
El alma de Straszbart aterrizó en
medio de un concierto de voces hermosas, y se reencarnó en un can que pasaba
por allí, Toby, el perrito de doña Ana que no quería entrar en su casa porque
amaba demasiado su libertad.
Toby había tenido que morder a Alicia
en las nalgas para evitar que lo creyeran un pelele. Usualmente caminaba por su
barrio y se recostaba en cualquier puerta a pasar la tarde. Jugaba con sus
amigos, ladraba a los carros, a las motocicletas, y era rey sublime.
Cuando fue poseído, nadie lo notó,
por el bullicio.
Una luz relampagueante se apoderó de
su rostro y sus ojos se tornaron blancos. Luego se tumbó en un descampado a
pasar la noche. Straszbart inició su primer viaje de autodescubrimiento, y quien
fuera Toby desconoció a su dueña.
Vagó por las calles de Buenos Aires y
aprendió el idioma nativo. Una mañana de cielo nublado, fue testigo de lo
terrible de la raza humana: un delincuente asesinó a una adolescente para
quitarle su mochila. Straszbart lo mordió en la pierna derecha y huyó.
*
–Es una historia muy bonita –comentó
Haelm. La noche permanente del planeta Lagklag resultaba perfecta para relatar
cuentos ancestrales, como Planeta Délfico, una historia que invitaba a soñar.
Valdevayán terminó de narrar el
cuento, que se iba modificando conforme volaban las luciérnagas.
Luego, el grupo de árboles alzó vuelo,
y de casualidad divisaron la Cueva del Olvido, donde yacía el cuerpo de
Straszbart. El agua nunca dejaba de transitar por su boca, y decían que era
porque tenía mucha sed, una sed que jamás sería saciada.
Cuenta la leyenda, que desde entonces
los humanos viven con la sensación de no pertenecer, de no encajar, porque sus cuerpos
quedaron atrapados en la Cueva del Olvido en Lagklag.
Sin embargo, el nuevo Toby supo
aprovechar las ventajas de estar en la Tierra, y pidió un único deseo a las
estrellas, el cual no tenía que ver con la devolución de su cuerpo original.
Lo que sigue no queda claro, ya que
Toby siguió deambulando por las calles de Buenos Aires, y se peleaba con sus nuevos
amigos de vez en cuando.
Un día pasó por la tienda de
electrodomésticos y quedó mirando la pantalla del televisor que transmitía una
película donde las aguas verdes y cristalinas de un tsunami asolaban la costa
de una ciudad antigua.
FIN.
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